Reproducimos la homilia pronunciada por nuestro Director Espiritual Rvdo. Sr. D. Manuel Sánchez en la peregrinación del 1 de Noviembre a las plantas de Ntra. Sra. del Rocío.”
El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. El día de todos los santos es un grito contra la mediocridad. No se pueden unir cristiano y mediocre. No seas mediocre, sé perfecto. Se bienaventurado.
«Cada uno por su camino», dice el Concilio. No te desalientes si esto de ser santo parece muy alto, si crees que no vas a llegar a dar la talla que pide Jesucristo, no es así. No se trata de copiar, sino de encontrar tu camino, el camino único y diferente que el Señor tiene para ti. Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él (cf. 1 Co 12, 7), y no te desgastes en imitar lo que no ha sido pensado para ti. Delante del Señor, pregunta, interroga ¿Dónde me quieres Señor? ¿Dónde puedo servirte? Eso hace la Virgen, encontrar su camino. Y así se convierte en madre de todos los que nos ponemos a caminar.
Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales.
La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya. Deja que Cristo gane altura en tu interior.
Un santo no es el que lo hace todo bien. Por eso no conviene entretenerse en los detalles, porque allí también puede haber errores y caídas. No todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio, no todo lo que hace es auténtico o perfecto. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona. Mira que Dios te mira… pero siempre con misericordia.
No todo lo que hay en el Rocío es perfecto, ni bueno, ni siquiera excelente… pero hay mucho de santo en este camino, en este caminar. Una tarea movida por la ansiedad, el orgullo, la necesidad de aparentar y de dominar, ciertamente no será santificadora. El desafío es vivir la propia entrega de tal manera que los esfuerzos tengan un sentido evangélico y nos identifiquen más y más con Jesucristo. De ahí que suela hablarse, por ejemplo, de una espiritualidad del catequista, de una espiritualidad del clero diocesano, de una espiritualidad del trabajo, de una espiritualidad ecológica, de una espiritualidad de la vida familiar. Yo me atrevería a afirmar que existe una espiritualidad rociera, una forma de vivir la fe marcada por la devoción a esta Virgen marismeña, generadora de caminos, maestra de nuestros primeros pasos, fecunda en miradas, atenta siempre a nuestra voz, guía para llegar a Jesucristo, provocadora de silencios en medio de muchos ruidos… una espiritualidad rociera, marcada por la devoción a la Virgen del Rocío, que se crea y recrea caminando, y que permanece y se alimenta todo el año junto al simpecado. Cada grupo, cada comunidad en su ciudad. Por eso me atrevo a decir que el Rocío es generador de santidad, santidad concreta, santidad de conversión, santidad llena de caridad. La caridad, las obras de caridad dicen que tipo de hermandad somos, que espiritualidad construimos. Y no me refiero solo al dinero, sino a la caridad concreta, diaria. La de los detalles.
La espiritualidad del Rocío, en medio de tanta gente, y tanto ruido es provocadora de quietud, soledad y silencio ante Dios. Las constantes novedades de los recursos tecnológicos, el atractivo de los viajes, las innumerables ofertas para el consumo, a veces no dejan espacios vacíos donde resuene la voz de Dios. Todo se llena de palabras, de disfrutes epidérmicos y de ruidos con una velocidad siempre mayor. Allí no reina la alegría sino la insatisfacción de quien no sabe para qué vive. ¿Cómo no reconocer entonces que necesitamos detener esa carrera frenética para recuperar un espacio personal, a veces doloroso pero siempre fecundo, donde se entabla el diálogo sincero con Dios? En algún momento tendremos que percibir de frente la propia verdad, para dejarla invadir por el Señor, y el Rocío puede ayudarte en esta búsqueda.
No tengamos miedo a ser santos.No tengas miedo de apuntar más alto, de dejarte amar y liberar por Dios. No tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. La santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de la gracia. Miren si no lo que pasa, cuando una Virgen ofrece su debilidad a Dios, y Dios le da la fuerza de la gracia, pues que nos viene Jesucristo. Así puede ser en tu vida.
Miremos a María, solo ella sabe enseñar a mirar. Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Nadie que haya llegado hasta esta reja, por muy pecador que sea, podrá decir que ha vuelto con una mirada de reproche. Su mirada es siempre acogedora. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. Esta es tu madre, cuantas veces llegues aquí, repítelo en el corazón: tú eres mi madre.
La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…». Aquí estamos, una y otra vez, con la emoción que vivimos todo lo tuyo, llena de gracia, conscientes de que el Señor está contigo; aquí estamos para aclamarte de nuevo ¡bendita tú eres entre todo lo creado!, aquí estamos para afirmar que el fruto de vientre, Jesús, nos ha cambiado la vida. Aquí ha llegado Triana, para pedir y suplicarte Santa Madre de Dios, que ruegues por nosotros, que nos tengas en tu corazón como nosotros te tenemos a ti en el nuestro, amada y querida en este simpecado de nuestros amores que desde la calle Evangelista suspira por tí, con este amor con que caminamos una y otra vez a tus plantas, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.